Divorcio de conveniencia

Antes la gente se casaba por lo normal, que era por la Iglesia, o por lo civil, que era más raro. Un suponer, el gran reformador laico de la España moderna, José Luis Rodríguez Zapatero, se casó por lo católico, aunque Franco llevaba ya 15 años muerto y en España gobernaba FelipeGonzález desde hacía tres legislaturas. También se casaba la gente por poderes, por interés (o braguetazo), por lo criminal (de penalti) y existía el matrimonio morganático, que aquí nos ha salido mayormente mal, como todos los demás: de tres, sólo un acierto y dos fracasos. Y estaba, en fin, el matrimonio de conveniencia: Depardieu y AndieMacDowell hicieron una película sobre el tema.

Ahora el sacramento es el divorcio. Durante la dictadura no se llevaba. Se lo explicaba a gritos AgustínGonzález, cura franquista en La escopeta nacional, a José Luis López Vázquez, que quería repudiar a su legítima porque se había encoñado con Bárbara Rey: «Lo que yo he unido en la tierra no lo separa ni Dios en el cielo».

Antes el divorcio era sólo un remedio para el error del matrimonio, a veces banal. Se lo decía en Luna nuevaCary Grant, impagable director del Morning Post, a Rosalind Russell, que interpretaba a su reportera estrella, Hildy Johnson: «Tú tienes la idea anticuada de que los divorcios duran eternamente, hasta que la muerte nos separe. Pero hay divorcios que no significan nada, Hildy. No son más que unas palabras masculladas por un juez».

Hay también divorcios que podríamos llamar Lampedusa, un cambio de estatus para que todo siga igual que antes. Para esquivar la cita de ElGatopardo, seguramente la más manoseada en la historia del columnismo nacional, yo cité el de GunillavonBismarck y LuisOrtiz, que luego seguían yendo juntos a los saraos como si tal cosa y que ha creado escuela en lugares insospechados. Jon Garay, responsable nacional de Herrira (organismo abertzale que se ocupa de los presos), es uno de esos tipos que se llevan trabajo a casa. Por ejemplo, a su mujer, Rosa Iriarte, presa en Soto del Real cuando se casaron en octubre de 2011. Y un año más tarde van y se divorcian, pese a lo cual siguen viviendo juntos y hacen escapadas de unos días, en plan vacaciones, a León, a Formentera, a París.

Los dos casos no son iguales, ojo. El divorcio de Gunilla fue por amor, mientras el de Garay e Iriarte es por conveniencia, por la renta básica que ella percibe para pagar el alquiler del nido que habitan en común y que perderían si les computasen como unidad familiar.

Txomin Ziluaga explicó el divorcio abertzale en una mesa redonda específica hace ya muchos años: «Todos los miembros de Herri Batasuna somos hijos de familias muy unidas, pero teniendo en cuenta que la sociedad no garantiza una sanidad gratuita ni una enseñanza para todos, pensamos que el divorcio tiene que existir». Y también para que una pareja abertzale pueda sisar a la Comunidad Navarra 350 euros al mes, sin necesidad siquiera de asistir a los órganos de dirección de Caja Navarra. Y Bildu, Amaiur y GBai, ¿qué dirán de esto? Ni mú. Están muy ocupadas proclamando las virtudes y la conveniencia de la regeneración.